Intervención con motivo del 50 aniversario de la fundación del COIN
Queridos compañeros:
Las mujeres de mis compañeros son también compañeras mías y como la Real Academia establece que cuando uno se dirige a ambos géneros se ha de emplear el masculino, por eso comienzo con esta fórmula:
Queridos compañeros, ¡que no cunda el pánico!; mi intención no es dar una conferencia y, mucho menos, una lección con motivo del aniversario de la fundación del Colegio de Ingenieros Navales (hoy Colegio Oficial de Ingenieros Navales y Oceánicos o COIN), sino, sencillamente, una charla que me corresponde desarrollar a mí por ser de los más antiguos: viejos, nada de antiguos, viejos, y dejémonos de eufemismos y que pretende ser lo más informativa y, al mismo tiempo lo más amena posible cosa que no es tan fácil cuando la exposición se hace en horarios como este.
Medio siglo es mucho, pero 50 años no han sido nada. Todavía parece que fue ayer –bueno, anteayer, tampoco vamos a exagerar- cuando nuestro compañero y entonces Ministro de Industria Gregorio López-Bravo, firmaba el Decreto de constitución del COIN. Fue el 1 de abril de 1967. El primer Decano, elegido en la Asamblea General constituyente celebrada el 4 de marzo de 1968, fue Francisco Aparicio Olmos de la promoción 1949. La tarea previa fue larga y dura, pero se consiguió. Otros compañeros y yo estábamos trabajando en Marítima del Musel y no se puede decir que tirásemos voladores, pero ello fue porque no nos dábamos cuenta de la verdadera transcendencia del hecho: La creación del Colegio fue, verdaderamente, un gran paso para la profesión.
Pero, ¿cómo eran las cosas antes y cómo fueron después? Permitidme antes una diversión, como diría Sta. Teresa, para conocer un poco mejor la esencia de nuestra profesión, porque lo que no se conoce no se ama. La carrera y la profesión de Ingeniero Naval siempre tuvieron acusadas particularidades que no se daban en otras ingenierías: La ingeniería naval durante mucho tiempo estuvo sobrevolada por el espíritu de “Oficial y Caballero” ya que nuestra profesión provenía de un colectivo militar de la Armada española con un código de honor arraigado en un trípode fundamental: el orgullo de lo español, de ser español y el honor que ello entraña; un profundo y convencido espíritu religioso y una gran consideración, admiración y respeto hacia la figura de la mujer. Justifiquemos, con ejemplos lo anterior: La Escuela, nuestra Escuela, que por entonces se llamaba “Escuela Especial de Ingenieros Navales” es un edificio elegante, sobrio y digno comparado con otros de la época; su silueta alargada y prácticamente exenta de adornos arquitectónicos, se caracteriza, principalmente, porque del centro de su fachada emerge una alta torre emulando la muy antigua “Torre de Hércules” de la Coruña, construcción del siglo I y faro en funcionamiento más antiguo del mundo. Accediendo a la Escuela y en su acogedor vestíbulo principal están colocados sobre los dinteles de cuatro de sus ocho accesos, los nombres de cuatro de los muchos ingenieros relacionados con nuestra profesión: Blasco de Garay, Isaac Peral, Narciso Monturiol y Jorge Juan. Si un alumno era sorprendido copiando en un examen, no era sancionado por este hecho sino “por haber intentado sorprender la buena fe del profesor”.
La segunda y tercera de las características indicadas anteriormente quedan claramente de manifiesto en el hecho de que con acceso directo al vestíbulo citado, se encuentra la capilla, recinto realmente “atopadizo” (como cariñosamente diríamos en Asturias) y permanentemente abierto (testigo mudo de más de una visita anterior a un examen), dedicado a una mujer, la Madre de Dios, la Virgen del Carmen.
La carrera y profesión de Ingeniero Naval es un verdadero mosaico de enlaces y particularidades: Nacimos ya predestinados. Inmediatamente de aprobado el ingreso en la Escuela se hacía un reconocimiento médico cuya prueba más importante era la de observar el posible daltonismo de los futuros ingenieros – aunque he de reconocer que nunca tuve noticia de que nadie fuera rechazado por este defecto óptico – sin duda para poder proclamar con pleno conocimiento aquello de que: “Si ambas luces de un vapor/por la proa has avistado/debes caer a estribor/dejando ver tu encarnado”. Confieso que, por más que he considerado el tema, jamás encontré otra relación entre la cuarteta anterior y la construcción naval que la de que hay que tener en cuenta, al armar un barco que la luz verde debe colocarse en el costado de estribor y la roja en babor. Lo contrario sería imperdonable.
Minutos antes, o después, del reconocimiento te entregaban la “Libreta de Embarque” con la que ya podías enrolarte un cualquier barco como tripulante y, al mismo tiempo, la “Cartilla Naval” de modo que, a efectos del Servicio Militar, se pasaba a depender del Ministerio de Marina. La parte académica dependía, lógicamente, del Ministerio de Educación; no así la profesión que estaba asignada al Ministerio de Industria a través de la Dirección General de Industrias Navales; los focos de ocupación y desarrollo de la profesión eran, naturalmente, los astilleros, estando en segundo lugar la inspección de buques dependiente, entonces, del Ministerio de Comercio a través de la Subsecretaría de la Marina Mercante.
Conocida un poco mejor la madeja en que nos movemos, volvamos al tema del Colegio. He considerado oportuna la digresión anterior porque así como “los hombres no son islas”, tampoco las instituciones nacen espontáneamente o inventan el tenor de vida partiendo de la nada. Es muy importante lo que se llama “tradición”, es decir, esa corriente vital de sabiduría y buen hacer humanos que atraviesa los siglos y deja un fondo estable donde edificar.
La primera referencia concreta al Colegio consta en el Acta de la Junta General de la Asociación – presidida por entonces por D. José María González Llanos y Caruncho de la promoción 1928 – celebrada el nueve de diciembre de 1955. Por entonces ya estaba en funcionamiento la Asociación de Ingenieros Navales, fundada en 1929 por D. Andrés Barcala de la promoción 1923 y concebida para la defensa de la técnica y no de los técnicos y cuyo mayor empeño era la publicación de la revista “Ingeniería Naval”. El Colegio pretendido sería un ente con personalidad jurídica propia para un mejor servicio y defensa de los intereses profesionales de los colegiados.
La constitución del Colegio de Ingenieros Navales (que así fue su primer nombre) fue autorizada, en definitiva, por Decreto 713/1967 de 1 de abril (publicado en el BOE de 5 de abril) del Ministerio de Industria del que era entonces titular D. Gregorio López Bravo, compañero nuestro de la promoción 1947 y redactado por la Dirección General de Industrias Navales que dirigía D. Francisco Aparicio, también colega nuestro de la promoción 1949.
En la actualidad el Colegio protege con sus prestaciones sociales en forma de Seguros de Vida y de Accidentes a más de 2000 Ingenieros Navales y de una manera destacada a los menores de 70 años, supuestamente todos en activo.
Al constituirse el COIN, no se asignaron los primeros 49 números de colegiación en un homenaje simbólico a todos los ingenieros que nos precedieron y así el primer nombre que ha figurado en los Anuarios es el de D. Mateo Abello Roset, de la promoción 1913, como colegiado nº 50.
Al plantearnos la pregunta de cómo eran las cosas antes y cómo fueron después, no debemos pasar por alto, porque influye decisivamente en el tema, el hecho de la entrada de España en la Comunidad Europea y la Globalización que ello trajo consigo. Hay, por tanto, tres períodos a considerar: Anterior a la fundación del COIN; posterior a la fundación del COIN; y posterior a la pertenencia a la Comunidad Europea y Globalización.
Ya en el Decreto constitutivo, se introducen en la profesión unas variaciones fundamentales: “Para pertenecer al COIN habrá de acreditarse ser español, mayor de edad y estar en posesión del título académico correspondiente expedido por el Ministerio de Educación y Ciencia”; “La colegiación será obligatoria para el ejercicio de las actividades profesionales, excepto para aquellas que se limiten al servicio de la Administración”; “Los Organismos oficiales rechazarán toda aquella documentación técnica relativa a los Ingenieros Navales que no vaya visada por el Colegio”. Al mismo tiempo se defienden los intereses y derechos profesionales, ya que se establecen como fines fundamentales del COIN: “Ostentar la representación de la profesión de Ingeniero Naval ante los poderes públicos y autoridades, así como defender los derechos e intereses profesionales persiguiendo ante los Tribunales de Justicia los actos de ejercicio ilegal de la profesión”; “Designar en cooperación con la Administración de Justicia aquellos Ingenieros Navales que hayan de realizar actuaciones profesionales ante Juzgados y Tribunales”; “Asistir a los miembros moral, científica y materialmente, estableciendo instituciones benéficas para ellos y sus familiares”.
Lo indicado en el párrafo anterior resume, de forma generalizada, el antes y el después de la creación del COIN; los años “dorados” del COIN coinciden con la década de los 70, período este puntero en la construcción naval española y espacio de tiempo en el que más exactamente se cumplieron los fines fundamentales del Colegio recogidos en el Decreto fundacional del mismo. Pero, como ya indicamos anteriormente, la entrada en la Comunidad Europea y la Globalización que ello trajo consigo han dado lugar a que, en la actualidad, los fines del COIN hayan quedado diluidos cuando no completamente anulados: En los más recientes Planes de Estudio, fruto de los acuerdos de Bolonia, las promociones han perdido identidad, y se da el caso frecuente de ingenieros que terminan los estudios el mismo año y que han coincidido en una misma aula solo en unas pocas asignaturas durante toda la carrera; pero esto no era así antes en que las promociones se mantenían inalteradas todos los años de la Escuela, salvo algunas pérdidas de curso aisladas, y aseguraban un vínculo de afectos que se conservan después de 40 ó de 50 años. La colegiación, de igual modo que el visado de la documentación técnica, han dejado de ser obligatorios. Por el contrario, la protección de responsabilidad civil está ahora más definida.
Finalmente y viniendo ya a nuestra parcela local, es conveniente aclarar que nuestra Delegación en Asturias que presiden como Decano Manuel Martínez de Azcoitia de la promoción de 1970 y como Vicedecano Leopoldo Bertrand de la Riera de la promoción de 1972, así como todas las Delegaciones Autonómicas que existen en España, no son partes o secciones cuya totalidad diese como resultado el COIN de España, sino que son, más bien, presencias válidas, íntegras, del único COIN de España ya que en lo particular se representa lo nacional, quedando a salvo lo uno y lo otro y excluyendo todo peligro de absorción de lo primero por lo segundo. La Delegación que está en el Principado de Asturias como la que está en Andalucía es el COIN de España y éste, en cuanto nacional, se realiza plenamente en aquellas.